18 de abril de 2012

EL vicio de la soledad


Soledad, dulce y efímera soledad.
En algún momento embriaga nuestros días.
Hoy,  embriaga las letras que escribo.
Desintegrando el más dulce de los placeres.


No importando si estoy en el espacio más concurrido del mundo, la soledad usualmente me acompaña, me abraza.
La oigo susurrarme al oído, susurra tu nombre, susurra tu ausencia, me enreda los pensamientos, juega con ellos y me sumerge en tus recuerdos.


Quise perderme en la soledad, para no perderme en ti.
Y mira lo que ha pasado… aún aquí, en este espacio, en este sentimiento, te encuentro…
Aferrado a mí, aferrado al corazón que casi detesta que lata, aún por ti.
Aferrado al deseo que se aviva con cada ocasión que frenas mi corazón con tu voz.


Bendita soledad; soledad de tenerte como adicción, como medida de tiempo.
Esa maldita soledad que arrasa con mis noches, que irónicamente nunca me deja sola, que en cada sendero, acompaña cada pensamiento.
Mi compañía, en las noches desoladas, de insomnio, de ti.


Sentirse solo cuando sabes donde está tu más perfecta compañía, es aún más desgarrador,  dolor que poco a poco me va quemando, con ese dulce veneno que tanto he llegado a disfrutar, el placer de parecer sola, pero adicta a ti.
La soledad que me da pasión, paz, que es tan dulce como perderme en tus besos, y me vuelve deseosa como tu piel ardiente.


Soledad es estar contigo, sin estar conmigo, sino en ti.
Te he hecho a la medida de mi soledad.
Te he hecho a la medida de mis pasos.
La soledad para mí, lleva tu nombre, tu voz, tu forma de caminar.
Mi soledad, eres tú.

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